Dark Knight, junto a Watchmen, marcó un hito en la manera de abordar las historias de superhéroes, demostrando la posibilidad real de tratarlas desde una perspectiva adulta, madura y creíble. A pesar de sus evidentes e innegables virtudes artísticas, en España fue recibido con recelo por algunos miembros de nuestra crítica especializada del momento y, en especial, por Javier Coma. Ya Alan Moore, en la introducción a esta obra que luce la edición de Zinco, se refería al personaje que Miller nos presentaba con estas palabras: Teniendo en cuenta lo que es un vigilante como fuerza social, el mismo Batman es visto como un casi-fascista y peligroso fanático. En su valoración, Javier Coma y los que le siguieron, prescindieron del casi a la hora de enjuiciar el perfil justiciero que Miller había entretejido. Sin negar sus logros estilísticos, se rebelaron ante esa propuesta de cómic adulto de superhéroes, considerando que la filosofía que la animaba, dónde el individuo se toma la justicia por su mano, saltándose toda legalidad vigente y todo respeto a la voluntad de la mayoría, era tremendamente ultraderechista.
Dos nuevos cómics venidos de Estados Unidos fueron saludados por nuestra crítica –muy politizada en ese momento– como las respuestas de izquierda al planteamiento superheroico de Miller. La primera, obra de Mike Grell, fue Green Arrow: The longbow hunters (El cazador acecha – Zinco). Es ésta una obra realista, dura y a la vez tierna. Heroica al mismo tiempo que crítica socialmente hablando, sin caer en los maniqueísmos que le permiten a Miller crear unos arquetipos de leyenda que trascienden las connotaciones políticas para llevarnos hasta lo mitológico, como señala Moore en la introducción señalada, alejándose de Javier Coma. Es la obra que Grell realizó con Flecha Verde un trabajo que sin duda merece reeditarse. La segunda respuesta a Dark Knight generó una amplia expectación desde el momento en que fue anunciada, por cuanto presentaba en sus créditos a dos de las personalidades más relevantes del mundo del cómic norteamericano. Batman: The Cult venía precedida por el prestigio de su guionista, Jim Starlin, y más aún el de su dibujante, Bernie Wrightson. Pero los resultados no estuvieron a la altura de lo que se esperaba de ella, puesto que a pesar de la orientación mucho más progresista de la temática que trataba, sus logros artísticos y el grado de profundidad con el que sus temas se afrontaban quedaban muy lejos de los de Miller y Grell e, incluso, de las obras precedentes de Starlin y Wrightson.
Wrightson era y es un artista respetado por todos. Maestro de muchos en el manejo del blanco y negro a la vez que con un uso del color sumamente atractivo y personal. Pero nada de esto luce en exceso en The Cult, al tratarse de una obra coloreada por otro, sólo las portadas nos muestran el dominio de Wrigthson con el color. Sólo en algunas viñetas aplica el artista su contrastado blanco y negro, dejando para las demás un simple trabajo de trazo – menos suelto que en obras anteriores – que el colorista se supone que debería optimizar.
Starlin acababa de dejar en manos de Peter David su Dreadstar, secuela de la magistral Odisea de la Metamorfosis, sólo parcialmente publicada en España. También había sido el encargado de realizar una de las primeras Graphic Novels de Marvel, la excelente Muerte del Capitán Marvel. Pero ninguna de sus grandes virtudes como argumentista se muestran abiertamente en su Batman.
The Cult afronta diversas temáticas, quizás demasiadas, y en ninguna ofrece demasiado, redundando en una obra repleta de despropósitos que casan más mal que bien. Es ésta la historia de un diácono, al frente de una secta de gentes sin techo, que consigue doblegar la voluntad de Batman y casi hacerse con el control absoluto de Gotham después de haber iniciado una campaña para acabar con todos los criminales de la ciudad. Como ya hemos dicho, una historia en diversos frentes, pero no puede decirse aquí que el todo sea superior a la suma de las partes, porque muchas veces sus partes restan. Vayamos a analizarlas:
Su carácter de respuesta a la propuesta de Miller.
Desde un principio The Cult se emparienta con ella, a la vez que la somete a crítica. Se emparienta a través de ese origen de Batman fotocopiado del de Dark Knight. A través del Batmovil con forma de carromato de combate. A través de un sin fin de viñetas fragmentadas y de pantallitas de televisión que no funcionan con la misma eficacia que en la obra referente. Wrightson no dibuja con la simplicidad de Miller y eso resta vitalidad a esos rostros repetidos a lo Bendis durante viñetas y viñetas, cosa que de tal manera casi nunca se hacía en DK.
La somete a crítica, continuando el hilo argumental de Dark Knight allá donde el creador de Sin City lo dejó y viendo hacia dónde conduce. El Diacono de Starlin es el Wayne de Miller. Miller nos dejaba con un Wayne a la altura del mito, sin alterego, al frente de un movimiento de inadaptados sociales que desde las cloacas pretendían reconquistar Gotham imponiendo su nueva ley. Starlin nos presenta de la misma manera al Diácono Blackfire. Mitificado por sus seguidores, apostado en las cloacas, planeando liberar a la ciudad del yugo de la mafia. Es ésta quizás la propuesta más interesante que puede aportarnos Batman: The Cult. Lástima que desde el principio queda bastante claro que las motivaciones del Diácono son falsas y eso le reste mordiente a la crítica de Starlin al vigilantismo como realidad fascista. Aún así, la escena del chico dibujante con la que acaba el primer número, mostrando los resultados de semejantes campañas, tiene un efecto demoledor y es de lo mejor de la historia.
El mesianismo y las sectas.
Es este uno de los puntos más flojos del cómic. En ningún momento Blackfire genera ninguna fascinación en el lector. En ningún momento podemos llegar a empatizar con ninguno de sus seguidores ni a dejarnos subyugar por él como Batman. Batman mismo dirá en cierto momento que no hay nada místico en Blackfire. Que lo ha conseguido todo a base de drogas, psicología y gente sin hogar. Y aunque en un giro argumental inesperado, esa valoración se manifestará equivocada, la verdad es que hasta ese momento el diácono no parece otra cosa que Schwarzenegger con coleta y vestido de cura. Ni su aspecto ni su conducta generan la más mínima atracción o interés. Cuan lejos queda de la maestría con la que Urasawa nos está presentando a Amigo en 20th Century Boys, de la maestría con la que está tratando este mismo tema. Para colmo, a medida que avanzamos en el conocimiento de Blackfire, el conjunto se va volviendo más incoherente y aberrante, perdiendo credibilidad por momentos hasta llegar a una confrontación final con Batman cuyas motivaciones son de lo más forzadas.
La figura de Batman.
Y aquí es donde Starlin lo pierde todo. Porque Batman, tal como lo concebimos desde la recreación de Miller, no aparece por ninguna parte. Starlin no acierta a ver lo que hasta Christian Bale demostraba saber en una de las entrevistas de promoción de Batman Begins. Que Bruce Wayne no existe. Sólo existe Batman. El niño Wayne murió en el callejón del crimen. Para quedar poseído, preso de una determinación, de un objetivo que encontraría su anclaje, su forma y figura bajo el manto del murciélago. Bruce Wayne es sólo una máscara. Pero no es ésa la aproximación de Starlin. En diferentes ocasiones nos lo demuestra, siempre que Batman habla consigo mismo en los cartuchos de texto. Cuando al principio del cómic el enmascarado se encuentra en las manos de Blackfire: Bruce Wayne, firmemente arraigado en la realidad. Ese soy yo. O cuando se interroga sobre sus posibilidades de hacerle frente: Reconócelo, Bruce. Ese hombre te ha destrozado. Esta interpretación del justiciero de Gotham le permite al guionista elaborar su historia. La historia de un niño asustado tras la pérdida de sus padres. Que se convierte en Batman, se disfraza de Batman, para esconder su miedo. Así puede Starlin hablarnos del miedo, de la influencia de las figuras paternas. Así puede mostrarnos a un Batman roto, asustado, perdido, que huye, que deja morir a gente ante sus ojos. Pero así consigue también que nos distanciemos de la historia, que la sintamos menos creíble al no reconocer al personaje principal, aún cuando el guionista, quizás con este recurso, buscase por el contrario darle mayor credibilidad. En un cómic de mucho menores pretensiones, Veneno (Zinco), ya trataron O’Neil, Von Eeden, Braun y García López el tema de la degradación de Batman. Pero, haciéndolo desde una perspectiva más acorde con la imagen que hoy por hoy tenemos los lectores del personaje, lo llevaron por terrenos mucho más coherentes. Bien distintos de los de The Cult. Quizás Starlin hubiera tenido que buscarse otro personaje para contar esta historia. Quizás entonces hubiera resultado más cercana, al no presentar a un personaje conocido de una manera disonante con la esencia que en sí lo sostiene y le da su razón de ser.
Pero para que nadie se lleve a error, es ésta una obra con unos resultados por encima de lo que es la media de los comic-books. Se hizo cuando el formato prestige aún pretendía significar algo, y de ahí sus ambiciones. La dureza de esta reseña se debe al desajuste entre sus propósitos y sus logros, entre las virtudes de sus autores y el resultado conseguido. Aún así, Starlin y Wrightson son dos grandes autores, gigantes del cómic americano, y aquí siguen destacando en altura, aunque algo encogidos. Y The Cult, aunque fallida, intenta, plantea y propone mucho más de lo que en la mayoría de cómics de Batman podemos encontrar.
Dos nuevos cómics venidos de Estados Unidos fueron saludados por nuestra crítica –muy politizada en ese momento– como las respuestas de izquierda al planteamiento superheroico de Miller. La primera, obra de Mike Grell, fue Green Arrow: The longbow hunters (El cazador acecha – Zinco). Es ésta una obra realista, dura y a la vez tierna. Heroica al mismo tiempo que crítica socialmente hablando, sin caer en los maniqueísmos que le permiten a Miller crear unos arquetipos de leyenda que trascienden las connotaciones políticas para llevarnos hasta lo mitológico, como señala Moore en la introducción señalada, alejándose de Javier Coma. Es la obra que Grell realizó con Flecha Verde un trabajo que sin duda merece reeditarse. La segunda respuesta a Dark Knight generó una amplia expectación desde el momento en que fue anunciada, por cuanto presentaba en sus créditos a dos de las personalidades más relevantes del mundo del cómic norteamericano. Batman: The Cult venía precedida por el prestigio de su guionista, Jim Starlin, y más aún el de su dibujante, Bernie Wrightson. Pero los resultados no estuvieron a la altura de lo que se esperaba de ella, puesto que a pesar de la orientación mucho más progresista de la temática que trataba, sus logros artísticos y el grado de profundidad con el que sus temas se afrontaban quedaban muy lejos de los de Miller y Grell e, incluso, de las obras precedentes de Starlin y Wrightson.
Wrightson era y es un artista respetado por todos. Maestro de muchos en el manejo del blanco y negro a la vez que con un uso del color sumamente atractivo y personal. Pero nada de esto luce en exceso en The Cult, al tratarse de una obra coloreada por otro, sólo las portadas nos muestran el dominio de Wrigthson con el color. Sólo en algunas viñetas aplica el artista su contrastado blanco y negro, dejando para las demás un simple trabajo de trazo – menos suelto que en obras anteriores – que el colorista se supone que debería optimizar.
Starlin acababa de dejar en manos de Peter David su Dreadstar, secuela de la magistral Odisea de la Metamorfosis, sólo parcialmente publicada en España. También había sido el encargado de realizar una de las primeras Graphic Novels de Marvel, la excelente Muerte del Capitán Marvel. Pero ninguna de sus grandes virtudes como argumentista se muestran abiertamente en su Batman.
The Cult afronta diversas temáticas, quizás demasiadas, y en ninguna ofrece demasiado, redundando en una obra repleta de despropósitos que casan más mal que bien. Es ésta la historia de un diácono, al frente de una secta de gentes sin techo, que consigue doblegar la voluntad de Batman y casi hacerse con el control absoluto de Gotham después de haber iniciado una campaña para acabar con todos los criminales de la ciudad. Como ya hemos dicho, una historia en diversos frentes, pero no puede decirse aquí que el todo sea superior a la suma de las partes, porque muchas veces sus partes restan. Vayamos a analizarlas:
Su carácter de respuesta a la propuesta de Miller.
Desde un principio The Cult se emparienta con ella, a la vez que la somete a crítica. Se emparienta a través de ese origen de Batman fotocopiado del de Dark Knight. A través del Batmovil con forma de carromato de combate. A través de un sin fin de viñetas fragmentadas y de pantallitas de televisión que no funcionan con la misma eficacia que en la obra referente. Wrightson no dibuja con la simplicidad de Miller y eso resta vitalidad a esos rostros repetidos a lo Bendis durante viñetas y viñetas, cosa que de tal manera casi nunca se hacía en DK.
La somete a crítica, continuando el hilo argumental de Dark Knight allá donde el creador de Sin City lo dejó y viendo hacia dónde conduce. El Diacono de Starlin es el Wayne de Miller. Miller nos dejaba con un Wayne a la altura del mito, sin alterego, al frente de un movimiento de inadaptados sociales que desde las cloacas pretendían reconquistar Gotham imponiendo su nueva ley. Starlin nos presenta de la misma manera al Diácono Blackfire. Mitificado por sus seguidores, apostado en las cloacas, planeando liberar a la ciudad del yugo de la mafia. Es ésta quizás la propuesta más interesante que puede aportarnos Batman: The Cult. Lástima que desde el principio queda bastante claro que las motivaciones del Diácono son falsas y eso le reste mordiente a la crítica de Starlin al vigilantismo como realidad fascista. Aún así, la escena del chico dibujante con la que acaba el primer número, mostrando los resultados de semejantes campañas, tiene un efecto demoledor y es de lo mejor de la historia.
El mesianismo y las sectas.
Es este uno de los puntos más flojos del cómic. En ningún momento Blackfire genera ninguna fascinación en el lector. En ningún momento podemos llegar a empatizar con ninguno de sus seguidores ni a dejarnos subyugar por él como Batman. Batman mismo dirá en cierto momento que no hay nada místico en Blackfire. Que lo ha conseguido todo a base de drogas, psicología y gente sin hogar. Y aunque en un giro argumental inesperado, esa valoración se manifestará equivocada, la verdad es que hasta ese momento el diácono no parece otra cosa que Schwarzenegger con coleta y vestido de cura. Ni su aspecto ni su conducta generan la más mínima atracción o interés. Cuan lejos queda de la maestría con la que Urasawa nos está presentando a Amigo en 20th Century Boys, de la maestría con la que está tratando este mismo tema. Para colmo, a medida que avanzamos en el conocimiento de Blackfire, el conjunto se va volviendo más incoherente y aberrante, perdiendo credibilidad por momentos hasta llegar a una confrontación final con Batman cuyas motivaciones son de lo más forzadas.
La figura de Batman.
Y aquí es donde Starlin lo pierde todo. Porque Batman, tal como lo concebimos desde la recreación de Miller, no aparece por ninguna parte. Starlin no acierta a ver lo que hasta Christian Bale demostraba saber en una de las entrevistas de promoción de Batman Begins. Que Bruce Wayne no existe. Sólo existe Batman. El niño Wayne murió en el callejón del crimen. Para quedar poseído, preso de una determinación, de un objetivo que encontraría su anclaje, su forma y figura bajo el manto del murciélago. Bruce Wayne es sólo una máscara. Pero no es ésa la aproximación de Starlin. En diferentes ocasiones nos lo demuestra, siempre que Batman habla consigo mismo en los cartuchos de texto. Cuando al principio del cómic el enmascarado se encuentra en las manos de Blackfire: Bruce Wayne, firmemente arraigado en la realidad. Ese soy yo. O cuando se interroga sobre sus posibilidades de hacerle frente: Reconócelo, Bruce. Ese hombre te ha destrozado. Esta interpretación del justiciero de Gotham le permite al guionista elaborar su historia. La historia de un niño asustado tras la pérdida de sus padres. Que se convierte en Batman, se disfraza de Batman, para esconder su miedo. Así puede Starlin hablarnos del miedo, de la influencia de las figuras paternas. Así puede mostrarnos a un Batman roto, asustado, perdido, que huye, que deja morir a gente ante sus ojos. Pero así consigue también que nos distanciemos de la historia, que la sintamos menos creíble al no reconocer al personaje principal, aún cuando el guionista, quizás con este recurso, buscase por el contrario darle mayor credibilidad. En un cómic de mucho menores pretensiones, Veneno (Zinco), ya trataron O’Neil, Von Eeden, Braun y García López el tema de la degradación de Batman. Pero, haciéndolo desde una perspectiva más acorde con la imagen que hoy por hoy tenemos los lectores del personaje, lo llevaron por terrenos mucho más coherentes. Bien distintos de los de The Cult. Quizás Starlin hubiera tenido que buscarse otro personaje para contar esta historia. Quizás entonces hubiera resultado más cercana, al no presentar a un personaje conocido de una manera disonante con la esencia que en sí lo sostiene y le da su razón de ser.
Pero para que nadie se lleve a error, es ésta una obra con unos resultados por encima de lo que es la media de los comic-books. Se hizo cuando el formato prestige aún pretendía significar algo, y de ahí sus ambiciones. La dureza de esta reseña se debe al desajuste entre sus propósitos y sus logros, entre las virtudes de sus autores y el resultado conseguido. Aún así, Starlin y Wrightson son dos grandes autores, gigantes del cómic americano, y aquí siguen destacando en altura, aunque algo encogidos. Y The Cult, aunque fallida, intenta, plantea y propone mucho más de lo que en la mayoría de cómics de Batman podemos encontrar.
Batman: The Cult #1
Título: Book One: Ordeal
Guión: Jim Starlin
Dibujo: Bernie Wrightson
Fecha: Mayo de 1988
Batman: The Cult #2
Título: Book Two: Capture
Guión: Jim Starlin
Dibujo: Bernie Wrightson
Fecha: Junio de 1988
Batman: The Cult #3
Título: Book Three: Escape
Guión: Jim Starlin
Dibujo: Bernie Wrightson
Fecha: Septiembre de 1988
Batman: The Cult #4
Título: Book Four: Combat
Guión: Jim Starlin
Dibujo: Bernie Wrightson
Fecha: Noviembre de 1988
1 comentario:
Hola Miguel
Que buena hiatoria. Aborda muchos temas y despiertta muchas ideas.
Para empezar...te imaginas que sistema debe ser ese,como para lograr lavarle el erebro a un Batman, resistente al pentotal???!!!
Imaginate...no se donde vivas, pero te imaginas a toda tu ciudad dominada por los "sin hogar"?
Un tipo conmás de 80añosde vida que se ve de 45!!!!
Las revoluciones se parecen mucho a las revueltas, y éstas a su vez a la anarquía...el escenario que se pinta me recuerda imagenes nacistas o cristeras!!!!
Me saltó cuando el Diacono habla de dominar la ciudad más grande del mundo...te imaginas ésta historia, con vida en la Ciudad de México!!!
...
También me hizo pensar...somos la urbe más poblada grande del mundo
(hasta donde sabía) No crees que falta un heroe mítico???
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Oye te puedo sugerir que subas "Blanco y negro"?...no se, tal vez rompe con tu orden...bueno, es solo una sugerencia.
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Vé, ya casi son las dos de la mañana y mañana tengo que pararme temprano!!!! en fin
Saludos!!!!
:-)
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